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En la portada del libro Woud zonder genade (Selva sin perdón) de Moritz Ebinger figura una persona con una bolsa de papel sobre la cabeza. En la bolsa hay un dibujo de un paisaje o una cara.
La primera vez que conocí a Moritz fue en una champañería en Art Rotterdam. Llevaba gafas de diseño, un abrigo hecho de una alfombra Kitsch y un cinturón tipo roquero. Nuestro siguiente encuentro fue en el Dianabar en Katendrecht [barrio de Rotterdam], en este café de baile de caño hizo una instalación.
Cuando con nuestra compañía de teatro ’t Barre Land buscábamos un dibujante para nuestro cartel de temporada, Moritz era el único candidato sobre quién nos poníamos de acuerdo. Creo que es porque sus dibujos son transgresores. Las líneas del dibujo siguen más allá de los cantos del papel.
Moritz dibuja mientras que ’t Barre Land está leyendo textos y habla sobre los espectáculos: el barco de Heart of Darkness; refugiados; la gallina de la representación Nijinski.dagboek.fragmenten; los aviones que le gustaban al bailarín; el espíritu del hombre subterráneo de Dostoievski. No, no es tan literal: ese mundo poblado de seres y formas proviene de la cabeza de Moritz. Sospecho que en vez de cabellos se le crecen tentáculos invisibles y serpenteantes en la cabeza, o antenas cósmicas.
Unos años más tarde es cuando Moritz dibuja con tiza en las paredes del Stadsschouwburg en Utrecht. Los actores representan Eindspel (Final de partida) de Samuel Beckett mientras Moritz balancea sobre una escalera tambaleante.
En otra ocasión, durante una fiesta, baila hasta casi acabar con el suelo de mi piso. También paseamos por el turbal de Nieuwkoop. Pasos pantanosos. Yo escribo un poema, Moritz graba el borbotear para su programa de radio Veenradio-piraat y habla de Greet, un fantasma de las habitaciones de su infancia.
Hace tiempo que no lo veo, pero recibo fantásticos e-mails sobre dibujar sin límite en la acera en De Pijp [un barrio de Amsterdam], fotografiar esculturas subacuáticas en Aruba (‘Conduzco un Jeep Toyota, el tipo que sale en las noticias sobre Afganistán.’), y sobre antiguos cascos de submarinistas de la escultura Hydra en un estanque en Nesseland.
Cuando pienso en Moritz, veo todo menos una bolsa sobre una cabeza. Su trabajo nunca habla de limitaciones. Moritz proviene de un país sin puerto de mar, pero siempre busca desbordar su cauce. Quizá vive en Holanda para alguna vez poder embarcar hacia otra parte. Allá a lo lejos va. Le saludo con la mano, con dos dedos en el aire le hago el V al saludar.
Sanneke van Hassel